Descripción del proyecto
NUESTRAS VISITAS
BLASCO IBÁÑEZ
El caballero Audaz
Hola, chiquet!
—Querido Blasco. ¿Cómo está usted?…
—Mejor que nunca… ¡Che!… ¡Pero qué estatura! ¡Qué grueso! ¡Cómo ha cambiado usted!…
—Y usted también, Blasco… Está usted más joven, más alegre, más elegante.
Pepe Francés, que le acompañaba, robusteció mi observación.
—En efecto –dijo observándolo al través de sus grandes y obscuros lentes bordeados de concha–; es usted otro hombre, Blasco: desde aquellos tiempos de La Novela Ilustrada hasta ahora ha variado usted enormemente. Sin barba, sin tripa, tan atildado, con cierta pátina parisiense.
Y así era. Este Blasco sonriente y alegre a quien saludábamos en su cuarto del Palace Hotel, no recordaba al Blasco revolucionario e inquieto de hace doce años. Ahora en vez de aquella barba rizada y puntiaguda, tan característica, tiene el rostro completamente rasurado, con tanto esmero que por algunos sitios brotó la sangre. Lleva el bigote cuidadamente cortado a la inglesa. Su cabeza de rizada cabellera ya ha comenzado a quedarse monda, conservando como trofeo de su antiguo esplendor una greña crespa y desaliñada que a veces cae sobre la amplia y rugosa trente. Las manos del insigne novelista están muy pulidas y aderezadas con algunos sencillos aretes de oro.