Fiel a los cánones del realismo naturalista, Blasco Ibáñez decidió viajar a Sevilla para documentarse sobre los principales ambientes en que iba a transcurrir su novela Sangre y arena. Como le contaba en carta a su socio Francisco Sempere, muy probablemente escrita el 25 de marzo de 1907, había elegido unas fechas muy significativas en el calendario festivo de la ciudad andaluza: «Yo salgo hoy para Sevilla donde estaré toda la Semana Santa estudiando escenas para Sangre y arena. El domingo de Pascua saldré para Madrid […] Para no perder tiempo, si hay pruebas, envíemelas a Sevilla. Hotel de Inglaterra».
El novelista llegó a su destino el día 26, según se constata en la prensa de la época (La Correspondencia de España, 28-3-1907), la misma cuyas informaciones suscitan cuestiones enigmáticas, como por ejemplo la identidad de esa mujer que acompañaba a Blasco. Esto es, en las páginas de El Guadalete (28-3-1907), se hacía alusión a que el autor llegaba «acompañado por su señora». Sin embargo, entre la colección de postales existentes en la Casa Museo Blasco Ibáñez, hay una con escenario sevillano remitida a María Blasco a la dirección madrileña del matrimonio, calle Salas, 8. ¿Viajaba quizá el novelista con Elena Ortúzar?
Sea como fuere, su estancia en la capital andaluza no solo le suministró datos de gran interés para llevar a cabo su tarea creativa, sino que también sirvió para revalidar sus credenciales políticas. Con respecto al primer particular, cabe recordar la importancia del testimonio ocular en la observación de lugares e incluso manifestaciones artísticas que, luego, formarían parte del universo novelesco de Sangre y arena. Entonces, insistimos en el momento específico en que se consumó el viaje, resulta lógica la visita del autor a la basílica de San Gil, donde quedó impresionado ante la devoción de los «macarenos» por su famosa Virgen (La Correspondencia de España, 30-3-1907). Pero si la devoción religiosa fue motivo destacado en la que sería la futura novela, mucho más iba a serlo el elemento de la tauromaquia, para el cual Blasco contó con el asesoramiento directo del matador Antonio Fuentes.
Ambos se conocían desde meses atrás. Aunque Blasco Ibáñez se distanció en diversas ocasiones de la llamada fiesta nacional, estuvo presente en la segunda corrida de la Feria de Valencia, celebrada el 24 de julio de 1905. En ella toreaba Fuentes, quien le brindó la faena con su segundo toro al novelista, recibiendo al final de la misma: «Muchas palmas y regalo de una colección de obras de D. Vicente» (Sol y Sombra, 10-8-1905). Ya en marzo de 1907, el escritor fue invitado a un almuerzo en casa del diestro andaluz, en el que también se hallaban su madre y su esposa, así como invitados del mundo de la prensa y la política, y el mismo tenor Viñas, con quien Blasco estaba unido por una entrañable amistad (Diario Universal, 30-3-1907). Es posible incluso que, durante el ágape, uno de los temas de conversación fuera la reciente visita del célebre bandolero Francisco Ríos, el Pernales, al cortijo de La Coronela, solo unos días antes, el 21 de marzo. La noticia había saltado a la prensa nacional, y Blasco igual pudo conocerla a través de ella, o lo más seguro, a partir de la versión que pudo ofrecerle Fuentes, el dueño de la mentada finca.
El caso es que la familiaridad del personaje que, en Sangre y arena, aparece bautizado como Plumitas y célebre bandolero el Pernales, llega a ser decisiva en momentos como el que se reproduce a continuación:
Otro iba a desahuciar a una probe viejesita porque yevaba un año sin pagá el alquiler de una casucha en la que vive desde tiempo de sus pares. Me fui a ve al señó un anocheser, cuando iba a sentarse a cená con la familia. «Mi amo, yo soy el Plumitas, y nesesito cien duros.» Me los dio, y me fui con ellos a la vieja. «Abuela, tome; páguele a ese judío y lo que sobre pa usté y que de salú le sirva» (Sangre y arena, cap. V).
Pernales viste pobremente y lleva un gran repuesto de proyectiles. Dijo a las gentes de la hacienda que Fuentes no tiene nada que temer de él porque sabe el trabajo que ha costado al torero ganar el capital que hoy posee. Declaró que es enemigo de los señoritos que no trabajan y heredan fortunas para derrocharlas. No ambiciona riquezas.
Por la noche pernoctó en una huerta próxima. La anciana arrendataria le dijo que el dueño de la finca la iba a desahuciar, porque a causa del estado de los campos no podía pagarle 300 pesetas que le debía. Pernales, entonces, cogió su rifle, fue a ver al propietario, le pidió 300 pesetas, que este, aterrado, se apresuró a darle, y marchó otra vez en busca de la vieja.
—Tenga osté, güena mujé —la dijo—. Páguele ar dueño. (La Correspondencia de España, 24-3-1907)
La figura de Antonio Fuentes también puede servir de elemento de transición entre la esfera literaria y política de Blasco. Y esto es así, porque aunque diversos rotativos señalaban que el escritor permanecería alejado de la política mientras estuviese en Sevilla, la realidad desmintió dicha posibilidad. Los «elementos radicales», en expresión de cierto diario salmantino para referirse a los republicanos de Sevilla, organizaron un banquete para festejar a Blasco, en vísperas de las elecciones de abril, en las que se presentaría como candidato a diputado por última vez. A la comida celebrada en el restaurant de la Venta de Eritaña acudió más de un centenar de comensales, entre los que se hallaban Fuentes, el señor Peris Mencheta, los señores Montes Sierra y Marcial Dorado y varios redactores de La Libertad. Después de la misma, se precipitaron los discursos entusiastas y los elogios al artista valenciano, el cual respondió, llegado su turno, evocando el espíritu liberal y progresista que alentaba en la ciudad, y subrayando que los males de la patria eran debidos en gran parte al clericalismo, un influjo contra el que se planteaba combatir otra vez en el Congreso si resultaba elegido (El Pueblo, 1 y 3-4-1907).
Todavía antes de abandonar la ciudad, Blasco estuvo en el casino republicano de la tradicional calle Sierpes. Allí volvió a poner a prueba su facundia oratoria, mientras su auditorio lanzaba vivas a su persona y a Valencia, y acto seguido, un nutrido grupo de correligionarios le acompañaba al hotel de Inglaterra.
Cuando llegó a Madrid, el 3 de abril, cabe suponer, como se pone de manifiesto en Sangre y arena, que su visita a Sevilla fue sumamente productiva en la captación de costumbres y realidades que no solo quedaron registradas para la ficción novelesca, sino que también daban pábulo a que entrañables personajes como el Nacional, inseparable escudero del protagonista, Juan Gallardo, reafirmaran su credo republicano en tanto que la gran masa «rugía» en la plaza.