Durante su estancia en los Estados Unidos, en 1919 y 1920, Blasco Ibáñez tuvo oportunidad de conocer y tratar directamente a numerosas personalidades del mundo de la política, la prensa y del cine. Como muchos de estos encuentros tuvieron un carácter privado, en varios casos apenas puede hallarse una breve mención guardada en las hemerotecas. Aun así, estos mínimos testimonios coinciden en destacar la facilidad con que el escritor valenciano conseguía establecer de inmediato lazos fraternos.
Es lo que sugieren las escasas noticias localizadas sobre su relación con William Penn Adair Rogers, más conocido para la posteridad como Will Rogers. Fue este un personaje sumamente polifacético. Con padres de ascendencia cheroqui, la afición por los caballos y por el manejo de la cuerda y el lazo impulsó pronto a Will a dejar a un lado los estudios, para convertirse en cowboy. Luego, su instinto nómada le guiaría hasta países como Argentina, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda o Canadá, ahora queriendo convertirse en gaucho, ahora como protagonista en espectáculos circenses y de vodevil. Más tarde, iba a significarse como humorista, teniendo a su disposición una columna periodística, pero, sobre todo, como actor que transitó desde las producciones mudas hasta los inicios del cine sonoro.
A principios de 1920, cuando Blasco Ibáñez estaba a punto de llegar a California, Will Rogers ya había entablado una buena amistad con el singular periodista Charles Fletcher Lummis, quien tenía su residencia en El Alisal, una curiosa hacienda que había sido levantada con mano de obra indígena, utilizando como materiales rocas de río y madera de los sicomoros de Arroyo Seco. Precisamente fue esta finca el escenario donde Rogers y Blasco se conocieron a finales de enero. El novelista acababa de sufrir una neumonía que le tuvo recluido en su hotel de Pasadena y tan pronto se recuperó no podía rechazar la invitación del señor Lummis. El mismo que, después de agasajarlo en El Alisal, organizó una excursión a la misión de San Juan Capistrano, el 1 de febrero, pidiéndole a Rogers que les condujese hasta allí en su automóvil.
Para entonces, el inquieto cowboy deseaba conocer a Blasco Ibáñez. Había leído The Four Horsemen of the Apocalypse y la novela le había provocado una honda impresión. Sobre todo, le habían encantado las descripciones del territorio argentino. Y esta satisfacción sería la que terminaría llevándole a leer títulos como The Shadow of the Cathedral, Blood and Sand y The Cabin. Según recogió la prensa, Rogers no había leído antes libro alguno. Sin embargo, las historias y los personajes de estas novelas de Blasco le atraparon, de forma que fue capaz de conversar con el escritor sobre ellas, pese a carecer de formación literaria alguna. Blasco no solo escucharía con agrado sus comentarios, sino que se mostró hondamente sorprendido: «I’m surprised to find that the only man here who has read all my books is a cowboy» («Will Rogers didn’t tell», Los Angeles Times, 11-2-1920; «The only guy I ever read was Blasco Ibanez», Idaho Daily Statesman, 31-3-1929). Para corresponder cortésmente a su inesperado admirador, aquel que nunca hasta entonces había leído a otro escritor, Blasco le regaló dos ejemplares autografiados. Asimismo, como era habitual él, invitó a Rogers a visitarle en su chalet de la Malvarrosa, si este se decidía a viajar a España.
Rogers confesó que le habría encantado aceptar la invitación del escritor. La imagen que se le representaba de España era la de las corridas de toros, y él estaba ansioso por lanzar la soga y atrapar a uno de estos animales (The Fresno Morning Republican, 29-2-1920; The Billings Gazette, 21-3-1920). En lugar de materializarse esta visita, parece ser que fue Blasco Ibáñez quien se sirvió de Rogers para colmar su pasión cinematográfica. Conforme señalaba The Salt Lake Tribune, de 11 de abril de 1920, el escritor acudió a los estudios de la Goldwyn en Culver City para encontrarse con su amigo. Después del rodaje, este entretenía a su invitado mostrándole algunas difíciles acrobacias con la cuerda.
Aunque Blasco Ibáñez apenas manejaba algunos vocablos en inglés, y Rogers solo tenía unas breves nociones de castellano de su paso por Argentina, los dos personajes se llevaban muy bien: «we got along so famously», declaró el consumado cowboy. Quizá, más allá de las diferencias idiomáticas, el talante aventurero y la afición cinematográfica de ambos terminaron hermanándolos por unos días.