En la existencia de Vicente Blasco Ibáñez se sucedieron, hasta el punto de solaparse casi, los episodios de estruendoso júbilo con los más tremendos reveses, de modo que este trasfondo trágico cómico vino a acentuar la condición ya de por sí novelesca de su biografía. Desafortunadamente, una de esas extrañas coincidencias que depara a veces el destino estuvo vinculada con el proyecto escénico de Entre naranjos.
En carta de 5 de noviembre de 1927, el novelista le solicitaba a su yerno, Fernando Llorca, el envío de partituras de música valenciana. Debía remitirlas a «madame Henri Ferrara», en realidad Henry Ferrare, nombre artístico adoptado por Alice Marie Léontine Montigny, dramaturga y libretista. El motivo: servir de inspiración al compositor y director monegasco encargado de los acompañamientos musicales que «ilustrarían» la adaptación teatral de Entre naranjos.
Obvia señalar la satisfacción del escritor ante la posibilidad de que uno de sus títulos, después de pasar por las pantallas de casi todo el mundo en versión cinematográfica, como The Torrent, cobrase actualidad también sobre las tablas. Tenía, además, otras razones para mostrarse colaborativo. Tenía una buena relación con Henry Ferrare, con quien compartía amistades como la escritora Marcela Tinayre y la actriz Marguerite Moreno. Pero, sobre todo, Henry-Alice ya estaba familiarizada con la obra de Blasco, pues el 7 de diciembre de 1921 se estrenó en la Opéra-Comique parisina el drama lírico Dans l’ombre de la cathédrale, cuyo libreto escribió ella junto a Maurice Léna, siendo musicalizado por Georges Hüe.
Conforme indicaba Blasco en la carta citada, el estreno de Dans les orangers estaba previsto para el mes de enero de 1928, en el Gran Teatro de Montecarlo. Mientras tanto, él marchó a París con dos objetivos principales. Por un lado, persistían sus problemas de visión en el ojo derecho y necesitaba realizar una visita médica. Por el otro, iba a participar en el homenaje que se le tributó a su admirado Víctor Hugo en el Trocadero. Dicho evento tuvo lugar el 16 de diciembre. Asistieron, entre otros, como espectadores, sus íntimos Carlos Esplá y Artemio Precioso. A ambos les sorprendió el aspecto físicamente bastante deteriorado del novelista, al que azotó en Navidad un fuerte ataque gripal. Es probable que esta dolencia fuese responsable de un cierto retraso en su regreso a Menton, donde esperaba retomar sus actividades creativas. Volvió un 10 de enero, para no volver ya a salir de Fontana Rosa.
Para estas fechas ya se había estrenado la comedia dramática en cinco actos y seis cuadros Dans les orangers. La puesta de largo de la adaptación tuvo lugar el mismo día de Navidad de 1927, en el Gran Teatro de Montecarlo, y hubo, al menos, tres representaciones más hasta terminar el año.
La fastuosa condición del espacio teatral aseguraba la asistencia de un público de lo más distinguido, como se verificó con la presencia de los propios príncipes monegascos en una de las funciones. Asimismo, la extraordinaria naturaleza del recinto incrementó las posibilidades escenográficas de la representación y el concurso de personajes vinculados profesionalmente a la sala.
Precisamente, estos dos aspectos fueron los más significados por la crítica. Mucho más incluso que la calidad de la adaptación o de la narración original que había servido de referente a Henry Ferrare para realizar su trabajo. Sobre la novela publicada en 1900 hubo división de opiniones. No había sido el mejor relato de Blasco Ibáñez, porque no resultaba extremadamente emocionante, se dijo en una reseña del 29 de diciembre en el Journal de Monaco (A. C., «Théatre de Montecarlo: Dans les orangers»), mientras que en otra aparecida dos días después en The Menton & Montecarlo News («The Play») llegaba a afirmarse que la acción novelesca transcurría en Andalucía.
En cambio, hubo acuerdo general a la hora de valorar la conjunción de todos los elementos escénicos de la adaptación. Si el texto planteaba una acción y unos diálogos —bastante ajustados por lo demás a lo expuesto en la novela— que desempañaban un papel importante en el conjunto, tanto o más lo tenían la música, los coros, el vestuario, los decorados y la actuación. Así lo comprendió René Blum, encargado de la dirección de la pieza («Au Théatre de Monte-Carlo: Dans les orangers», Paris-Soir, 9-3-1928).
Para la música y los coros se eligieron temas de Albéniz y Turina, que tuvo la misión de actualizar y ejecutar la orquesta dirigida por Marc-César Scotto. Hubo, pues, un deslizamiento hacia lo español y mediterráneo con respecto al papel de los elementos wagnerianos presentes en la novela. Y esa tendencia se vio refrendada con «une couleur locale et d’un pittoresque remarquables, dans les décors lumineux et chauds où le maître Visconti reconstitue les paysages de l’Espagne méditerranéenne» («Au Théatre de Monte-Carlo», L’Éclaireur du Dimanche et «La vie Pratique, Courrier des Étrangers», 1-1-1928).
En última instancia, el cuidado de la producción se plasmó en el elenco de actores que figuraron en el cartel. En especial la pareja protagonista, con Madeleine Roch, en el papel de Leonora, al que se ajustó con un poderoso estilo dramático y una voz, de extraño metal, que mostró una rica variedad de inflexiones que enriquecían la prosa. Por su parte, para interpretar el rol de Rafael Brull, obtuvo el reconocimiento del público el señor Jacques Guilhène, con un notable aire de distinción.
Quizá el éxito de las sucesivas funciones hubiese sido de mayor calado si la representación no hubiera pecado de demasiado larga. Pero ello se debió al número de piezas musicales. En todo caso, las repercusiones del éxito de la puesta en escena de la obra llegaron a España algunas semanas después del estreno: «su realización escénica constituye una de las evocaciones, más precisas y pintorescas de la vida española, en una de las regiones privilegiadas de la costa mediterránea: la huerta de Valencia» («Entre Naranjos, de Blasco Ibáñez», ABC, 15-3-1928). Para entonces Blasco Ibáñez, el creador de Leonora Moreno, ya había muerto. Lo hizo sin poder presenciar la concreción de un proyecto por el que se había interesado.
Caprichos del destino, Dans les orangers volvió a los escenarios años más tarde. Con los actores Madeleine Silvaine y Louis Eymond encarnando a la pareja protagonista, la adaptación se reestrenó en el Odéon parisino, el 11 de marzo de 1939. En ese momento histórico los ambientes en que se inspiró Blasco Ibáñez para forjar su famosa novela estaban regados por la sangre derramada en una cruenta guerra fratricida.