Merced a la condición de creador laborioso e infatigable de Blasco Ibáñez, siempre es posible retroceder en el tiempo y conmemorar el aniversario de alguno de sus numerosos títulos. Tráigase a colación, por ejemplo, una aventura editorial de la que ahora se cumple un siglo. Catapultado al estrellato en los Estados Unidos, en lugar de conformarse con las cantidades a ingresar por la publicación de las traducciones de sus novelas en aquel país, redobló sus esfuerzos para dedicarse a imaginar escenarios cinematográficos, a retomar su habilidad como articulista periodístico y a escribir nuevas ficciones. El paraíso de las mujeres fue la primera de sus novelas impresa tras su regreso de la república norteamericana. Pocos meses después se iba a enfrascar con la redacción de La tierra de todos.
En esta última obra, el escritor vinculó su tendencia a reficcionalizar viejos argumentos literarios (al igual que hizo en El paraíso y La reina Calafia) con episodios de su propia experiencia personal, para urdir una trama que, según A. Livingston, uno de sus traductores, era la más interesante desde aquella de Los cuatro jinetes del Apocalipsis: «it is an autobiographical story, covering what, in some respects, are the most exciting five years of a life that has been described, and well described, as the “greatest romance of Blasco Ibáñez”» («Ibáñez Writes the Romance of His Own Life», The Literary Digest International Book Review, 1/10, septiembre 1923, pp. 10-12). Esto es, los recuerdos de su aventura como colono agrícola en Argentina se ensamblaron alrededor del motivo legendario suministrado por la tradición clásica con el personaje de Helena de Troya como protagonista.
Pero más que en los elementos temáticos y argumentales de La tierra de todos, lo que ahora importa es detenerse en el modo en que dicha historia se difundió. Anteriormente, Blasco Ibáñez ya había publicado varias novelas, primero, en el folletín de un diario y, después, como volumen. Esta práctica se reeditó con El paraíso de las mujeres, si bien la aparición de este relato en las páginas de la revista Blanco y Negro quedó plásticamente enriquecido con las magníficas ilustraciones de Narciso Méndez Bringa que lo acompañaban. No obstante, si bien el novelista pudo felicitarse por la calidad de los dibujos que «iluminaban» su historia, no estaba tan satisfecho en términos comerciales y económicos. Conforme su popularidad se había ido extendiendo por los países de habla hispana, su bolsillo corría el peligro de ser víctima de editores desalmados que editaban sus libros sin su autorización. Precisamente teniendo en cuenta las nefastas repercusiones de la piratería, en carta fragmentaria a Fernando Llorca, de 27 de mayo de 1922, Blasco vertía las siguientes afirmaciones (corregidas y tachadas con lápiz): «Lo terrible fué la tonteria de Blanco y Negro que exijio por unos céntimos publicar la novela entera, antes de que saliese en volumen. Como esto no lo repetiremos mas, creo que no osarán lanzarse a reimprimir un libro que estará mucho antes en los escaparates de las librerias» (Correspondencia de la Fundación C. E. Vicente Blasco Ibáñez, depositada en CMBI).
Y, en efecto, con La tierra de todos, el escritor optó por una doble vía de difusión: como folletín y como volumen, aunque este último fue impreso por Prometeo y figuraba en las librerías hacia el mes de julio de 1922 (según anuncio localizado en La Correspondencia de España, el 13 de dicho mes), mientras que los lectores españoles ya habían tenido acceso a algunas entregas de la historia en La Esfera.
El destino primero de La tierra de todos fue, pues, una revista que pertenecía a Prensa Gráfica, el mismo grupo que contaba con un rico catálogo de publicaciones periódicas como Nuevo Mundo, Mundo Gráfico, Elegancias o colecciones de novelas cortas como La Novela Semanal. Con él ya había colaborado Blasco previamente. Recuérdense sus ocho artículos sobre la Gran Guerra, aparecidos en La Esfera y Mundo Gráfico, entre octubre de 1914 y junio de 1915; pero también, en La Esfera (del 25 de mayo al 26 de agosto de 1916), otros seis relatos ambientados (a excepción de «La cigarra y la hormiga») en la conflagración bélica; y ya en 1921, la novela corta «Puesta de Sol», con la que inició su andadura, el 25 de junio, La Novela Semanal.
Cuando en la segunda mitad de abril de 1922 empezó a publicitarse, en las páginas de La Esfera y de Mundo Gráfico, el inminente lanzamiento, presentado como gran éxito editorial, se destacaba, además, como gran aliciente, la participación en la empresa de un notable ilustrador: «La tierra de todos se publicará íntegra en La Esfera e irá profusa y escrupulosamente ilustrada por el gran dibujante español, maestro de las artes editoriales contemporáneas: FEDERICO RIBAS».
En la confluencia del arte literario y gráfico de Blasco y Ribas se antojaba prometedor el resultado. Si la del valenciano era una pluma cotizada, no era menos el prestigio alcanzado por el dibujante vigués después de haber dado cuenta de su oficio en revistas de humor gráfico como Caras y Caretas, haber actuado como director artístico de la revista Mundial, y colaborado en publicaciones tan diversas como Pictorial Review, Blanco y Negro, y las colecciones de novelas cortas La Novela Semanal y La Novela de Hoy. Ribas, que curiosamente había sobresalido en geografías tan familiares al itinerario vital de Blasco, como Argentina, París y Madrid, era, a la vez, todo un referente del cartelismo publicitario, del humor gráfico y de la ilustración editorial. Credenciales más que suficientes para animar a los lectores a suscribirse a La Esfera. Si encima ese público era asiduo a la revista, ya contaba con pruebas fehacientes de las virtudes de unos textos de Blasco ilustrados por Ribas. En concreto, dos de los cuentos sobre la Gran Guerra del autor valenciano aparecidos en la revista: «Noche servia» (10-6-1916) y «El empleado del coche-cama» (24-6-1916), incorporaban cada uno sendas ilustraciones a todo color de Federico Ribas.
Así pues, desde el 27 de mayo hasta el 21 de octubre de 1922, los sucesivos números semanales de La Esfera se convirtieron en el primer medio de difusión de La tierra de todos. En conjunto, el texto quedó ilustrado por poco más de treinta dibujos de Ribas, si bien alguna entrega no incorporaba imágenes. De ellas, debe remarcarse la preferencia del artista por la representación de personajes (tanto en plano medio como general) sobre la recreación de ambientes (pese a no renunciar a ellos).
En paralelo, conforme demostró el vigués como director artístico de la Casa Gal, sus dibujos sobresaldrían por la elegancia y la estilización de las líneas.
Téngase en cuenta también que, si los anuncios subrayaban el interés novelesco de una obra cuya «acción abunda[ba] en incidentes originales», Ribas acentuó el dinamismo especial de varias escenas en las que algunos de los tipos que desfilan por el relato se antojaban figuras de un western cinematográfico, haciendo ostentación de sus armas o propinándose puñetazos y disparando sus pistolas.
Tanto las ilustraciones con un carácter más descriptivo como aquellas con una factura más narrativa vinieron a demostrar lo que era una evidencia: Federico Rivas era un dibujante puntero y notablemente artística su contribución a la edición por entregas de La tierra de todos. Solo un año más tarde, la novela volvió a publicarse en los Estados Unidos, concretamente en la revista Hearst’s International (febrero-julio 1923), con el título de The Temptress y utilizando la misma fórmula de las entregas. En esa ocasión, el ilustrador encargado de visualizar el texto literario fue Walt Louderback. Sus imágenes, auténticos lienzos de excepcional cromatismo.
Esa, sin embargo, es otra historia, aunque nos sitúa de nuevo en Norteamérica. Precisamente, la misma geografía donde la conexión Blasco Ibáñez-Rivas se reprodujo de forma enigmática años después. La prensa estadounidense reseñaba la publicación de la versión en inglés de La horda, The Mob, recurriendo al dibujo de una hermosa joven, en el que es fácil reconocer uno de los trabajos publicitarios más interesantes de Rivas para perfumerías Gal.